La película Good Kill, protagonizada por Ethan Hawke y dirigida por el neozelandés Adrew Niccol cerró ayer las películas en competición en el Festival de Cine de Venecia. Se trata de una película ambientada en el año 2010 en la que un piloto estadounidense de F-16 que combatió a los talibanes en Afganistán, pasa a realizar el mismo trabajo pero de forma más relajada.
Porque su nuevo cometido es pilotar un drone desde un despacho situado a pocos kilómetros de su domicilio. Lo cual le permite ir a recoger a sus hijos al colegio, acostarlos y hacer vida familiar después de tratar de matar de forma selectiva al enemigo, desde miles de kilometros de distancia del teatro de operaciones. Es evidente que el protagonista vive una situación esquizofrénica, uno de los temas que aborda la película.
«Lo que me atrajo del proyecto es la naturaleza esquizofrénica de este conflicto, es un nuevo tipo de guerra», dijo Niccol en una conferencia de prensa tras la proyección de la película. «Nunca tuvimos antes un tipo de guerra en el que un soldado como el personaje de Ethan Hawke básicamente va a la guerra 12 horas, lucha contra los talibanes y se va a casa con su mujer y sus hijos y está con ellos 12 horas. Eso es lo que me atrajo de la historia», agregó.
El director indicó que los productores de lo que dijo era la primera película de ficción sobre la guerra con drones buscaron la cooperación del Departamento de Defensa estadounidense para hacerla, pero le fue negada.
La película no ha tenido una gran ocogida en el festival. Incluso cosechó algún que otro abucheo. Según la crónica que publica el diario El País, «el director no duda en hacer concesiones algo embarazosas, ya sea por convicción propia o por miedo a ser tachado de antipatriota (y, más tarde, desterrado del reino del multiplex). Niccol acaba insinuando que la guerra es necesaria para garantizar la paz».